Subscribe in a reader

IDIOMAS, IDIOMS, LINGUE

ENGLISH, ITALIANO, PORTUGUÊS
Todas as postagens originais deste blog, com poucas exceções, podem ser lidas aqui, sem a necessidade de recorrer a tradutores automáticos, nesses idiomas acima.
Embora possam alguns dos textos não aparecer nas páginas iniciais, basta pesquisá-los aqui mesmo.

Tutti i post di questo blog, con poche eccezioni, potreste leggere qua nelle tre lingue su dette, senza bisogno di ricorrere a traduttori automatici (come il traduttore
di google). Sebbene possono non essere trovati nelle pagine iniziali, appariranno se ve le cercate.


Original posts on this blog, but for a few exceptions, may be found here in the three above mentioned idioms without need of any automatic translators. Whether not visible in the first pages, the "search this blog" tool will help you to find them easily.

June 20, 2015

KELPERS** DE LAS MALVINAS, LOS PINGUINOS Y EL JAZMÍN

Jazmín

"La noche que me quieras,
 desde el azul del cielo,
 Las estrellas celosas
 Nos mirarán pasar "

Gardel y Le Pera

Sucedió en una de esas noches muy frías de marzo, cuando nosotros podemos sentir en la piel que el sol de verano deja nuestra pequeña Stanley y toda la Patagonia. ¿Quién hubiera pensado que tal evento raro llegara alguna vez a suceder a nosotros, justo hacia nosotros, gente que vive en una comunidad pequeña y tranquila del extremo sur de la Tierra? En la nuestra aldea plácida y tán trabajadora? Y que eso golpeara directamente a nosotras, las mujeres Kelper*, que siempre supieramos preservar, si no nuestra entera castidad, al menos nuestra dignidad inquebrantable.
Yo, casada con Carlos Ramón hacía cinco años, aún no había recibido el don divino de concebir un bebé. El doctor Caballero, sin embargo, nos había asegurado que todo estaba bien con nuestros cuerpos, y nos recomendaba dar "tiempo al tiempo", es decir, chance a la evolución espontánea de las más grandes maravillas de la vida. "Ustedes no deben preocuparse mucho al respecto", dijo. Y había dicho que la ansiedad sólo hace más difícil la concepción espontánea de un nuevo ser.  Donde yo pudo concluir que debíamos preocuparnos ahora con no preocuparnos tanto... Pero no tuvo ganas de decir a Ramón acerca de esta conclusión tán evidente. Él aparentó no haberse dado cuenta del nonsense.
En cuanto a mí, ya me había resignado y ya no contaba ansiosamente los días  que pasaban. Sin embargo, mi pobre Ramón sufría todavia mucho porque a cada mes tomaba notas en su agenda acerca del momento de principio, además de la cantidad aproximada y la intensidad del olor de mi flujo menstrual. Escribía la fecha y la hora exacta de la primera y la última gota de mi sangre, para poder estimar el exacto instante en que mi ovulación fuera más probable. 
Incluso tengo que confesar que llegaron mismo los días en que pasamos a considerar como una obligación que yo, María de la Concepción, alcanzara los orgasmos más intensos, una vez que, de lo contrario, mi útero no tragaría los espermatozoides con fuerza máxima (de acuerdo con las lecturas científicas obsesivas de mi marido). Sí, la consecuencia inevitable de esto fué que, tan a menudo, tuve que fingir muy fuertes intensidades de placer para no hacer daño a él, aunque en ocasiones mis gritos y gemidos eran, y siguen siendo, sinceros y explosivamente ruidosos, al punto de que toda nuestra pequeña Port Stanley los oiga. Pero no estaba en la fuerza de mis placeres la verdadera causa de nuestra infertilidad, hoy estoy muy segura de eso. Pronto se podrá saber como lo he descubierto.
Por todo eso ha sido un gran sorpresa para mi, cuando el 22 de marzo mientras dormía profundamente por la madrugada, yo sentí aquél toque tan suave y tan firme, tan caliente y enloquecedor en el punto más sensible de puspussy. Esta última palabra es la que usa Ramón para llamar mis genitales muy cariñosamente desde la primera noche de nuestra luna de miel. En esa vez, sorpresa, al principio pensé que Ramón hubiera, enfín, mandado al infierno a su apretada agenda, con su reloj estúpido, porque yo estába en el séptimo día del ciclo menstrual, el que por primera y rara vez me embarazé.
Me he dejado ser conducida sin abrir mis ojos, pues era siempre asì que yo podía llegar con facilidad a los más intensos goces, y por lo tanto no tenía que fingir como una mera actriz porno. No, por favor que no se concluya que yo siempre fantaseaba estar con cualquier otro hombre. La mayor parte de las veces en que hacíamos el amor yo prefería no mirar a la cara de mi marido, a fin de no encarar otra y otra vez su enorme angustia por no tener niños.
Así, después de la muy inesperada penetración, y sin nada  querer ver todavía, me relajé entera y extendí mis muslos para ambos los lados. Fué entonces cuando me di cuenta de un cambio significativo de actitude en mi patner, porque no puse sus manos en puspussy.
Él no repetía las mismas caricias mecánicas sobre las cuales había leído en unos manuales de medicina sexual, y que a pesar de esto origen académico, habían mostrado a menudo sus mejores resultados para mi placer.
No, no se puede subestimar Ramón y sus habilidades en el lecho conyugal, pero esta vez las cosas eran mucho más sublimes, desde el primer contacto, tan súbito y sorprendente, hasta los movimientos rítmicos de aquella suavidad rígida de una polla tan caliente y gruesa, para joderme con ese toque impar de plumas escalofriantes. Sólo entonces yo he perdido por primera vez en toda mi vida, completa y totalmente despierta, la conciencia de mí misma, me he confundido con el mundo y con las cosas, y empezé a aullar como un lobo, rugiendo como un león, y llorando como un bebé. Y he rugido tan intensamente como nadie se pudiera dar cuenta de que una mujer fuera capaz de aullar en el acto de amor. De hecho, en ese momento, yo no podía siquiera producirme cualquier otra idea, excepto la de tomar por un paraíso de ensueño aquella rara sensación de plumas suaves frotando en mis genitales. Yo no quería tener ninguna prisa para abrir mis ojos, a pesar de que ya era firme mi sospecha de que no estaba con Ramón, sino con alguna persona desconocida, tal vez algún náufrago perdido y con mucha sed.
He gemído de placer durante unos veinte minutos sin parar. Ramón me corrige, diciendo que grité durante exactamente 49 minutos. Pero no puedo creerlo, porque eso sería demasiado tiempo. Bueno, pero me digan lo que importa esa tonta cuantificación del Paraíso?
Abrí mis ojos, y no había sido otro hombre que me penetró de modo tan inesperado como maravilloso. Ni había venido de Carlos Ramón el sobre-abundante semen que finalmente ha sido capaz de hacer una madre. Mi marido se hubiera despertado con mis aullidos de placer, y se había quedado allí para contemplarnos a mi, loca de deseos, a darme por entero (y no sólo pusspussy), ofreciendo todo mi ser al hermoso, deportivo, elegante y caliente pingüino.
Sí, era uno de los nuestros pingüinos tan conocidos, que abundan en la vicina bahía Blanco, que había venido a mí esa noche. La presencia de Ramón a mi lado no lo detuvo, y cuando tuvimos ambos ya acabado y disfrutado al unísono, yo, mi pingüino y mi marido nos encarabamos con cierta vergüenza.
Estábamos los tres a mirar, perplejos, para aquél esperma tan voluminoso. Difícil dar cifras, pero llenaba al menos siete calabazas de la yerba de los más grandes, sin exagerar! Tuve una extraña sensación de plenitud en mi bajo vientre, y se prolongaba  el goteo incesante de ese líquido espeso sobre mis muslos, consumiendo un montón de toallas que Ramón trajo para tratar de absorber su exceso. Y el preciado líquido desprendía un fuerte olor a jazmín. Fuerte fragancia de jazmín salía del semen fresco de mi pingüino. Sí, él olía tan dulce como el jazmín en las noches de verano de Buenos Aires.
Nosotras, las mujeres Kelper, no sabíamos que el semen de un pingüino huele a jazmín. Todas hemos sentido su fragancia en aquella madrugada de otoño. No sólo casadas, viudas, divorciadas o prostitutas pero incluso doncellas han podido sentirla. Todas, sin excepción, se embarazaran de pronto.
Ramón de repente parecía muy feliz, habiéndola pasó por su cabeza que el bebé podría ser el anhelado hijo suyo. No era, y  luego nos enteramos de su naturaleza tan rara y peculiar. Mi vientre creció demasiado rápido. Me preguntaba por qué. Y apenas dos semanas después de haber imaginado las calabazas de yerba para cuantificar el volumen del líquido perfumado a jazmín, mientras todavía me corría por los muslos, ya me parecía tratarse de un embarazo humano de cuatro meses. Y el 28 de abril, por la madrugada, una rara transformación de fuerte impacto nos golpeó. Me sentí un calambre uterino único y fuerte, y mi intuición me dijo, correctamente, que cientos y cientos de mujeres lo han sentído igual en ese mismo momento. Cada una de nosotras ha puesto entonces su propio huevo.
Todas las recién madres nos encargamos de los huevos que acabábamos de poner en el mundo como a hijos amadisimos. Se sabía, pero también lo experimentamos como la imposición de un intenso y auténtico deseo viceral, que teníamos que mantenerlos calientes y sin interrupción, como cualquier madre pájaro lo hace, y, por lo tanto, lo único que nos importaba en ese otoño, uno de los más fríos de la historia de las Islas Malvinas.
Lo puse en mi propio lecho, donde incluso llegué a desear que nunca más yo pudiera salir. Encendí la calefacción central a lo más fuerte, pero aún temía que no fuera suficiente para garantizarle el derecho a la vida.
En cuanto a mi marido, cortésmente ha continuado a ayudarnos. Pero no piensen mal de él, porque entonces no parecía guardar sino una pizca de esperanza de que dentro de esa cáscara podría estar su "pequeño Ramoncito." Él nos trajo todas las mantas de nuestro hogar, y le pedi que encendiera el fuego de nuestra chimenea, al igual que de costumbre en los inviernos de mi infancia.
No me he apartado lejos de mi hijo-huevo ni por un segundo durante esos dos meses terriblemente helados. Yo he puesto la  cascara  en contacto con el calor de mi cuerpo y con muchas mantas lo cubri. Dormíamos muy juntos, yo lo abrazaba y rodeaba su relieve eliptico con cuidado entre mis muslos.
Las largas noches de la Patagonia siempre tienen sus celebraciones festivas, pero en el bazar de San Juan, el 23 de junio, todos nosotras, las mujeres de Puerto Stanley, hemos permanecido dentro de nuestros hogares, a la espera del momento final de aquél tan misterioso embarazo y que iba traer a luz a lo que fuera que iba a salir de esos hermosos objetos elípticos, rompendo sus conchas blancas.
Mi amor apasionado por mi huevo fue el más intenso y caliente arrebatamiento que he vivido jamás. Confieso que a veces yo no he podido contenerme y me frotaba pusspussy contra su corteza, siendo esa misma tan fuerte cuanto una superficie de piedra caliza.
De una blancura llena de paz, presagio de vida y  alegría! Qué demonios, no tengo ninguna razón para decir medias verdades!  Yo rozaba pusspussy suavemente cada noche, cada mañana, cada tarde, sin cesar en su cascara al recordar las caricias mágicas que me ha hecho su padre cuando me ha jodido. Y me ponía a cantar 'La noche que me quieras, desde el azul del  cielo las estrellas celosas nos mirarán pasar'. Cantando así me ocurrió darle un nombre a su padre, por nostalgia si se desea explicarlo: Gardel. Que maravillosa melodía!
Ni yo misma, ni Ramón, hemos jamás entendido por qué Gardel, mi pingüino amante, nunca regresó a nuestro hogar. Tampoco por qué nadó tan rápido y pronto hacia el centro de la bahía Blanco, sin decirnos una palabra siquiera de despedida. A veces sospechamos que le hemos hecho daño, o herido sus sentimientos personales, al tratar de secar su semen con nuestros trapos sencillos, con tales toallas ya sin color. Nosotros nunca nos perdonaremos por ese gesto tan grosero.
Cuando su corteza se rompió, por fin, todo ha suceso como yo ya había previsto intuitivamente. No nació ningún monstruo - mitad hombre, mitad pingüino - como algunos kelpers fantasiosos habian profetizado. El 24 de junio, a la medianoche, ha salido de dentro de la enorme cáscara mi primer hijo: un bebé pingüino hermoso, elegante y agraciado.
Las horas siguientes han sido muy tristes para todos, hombres y mujeres de nuestro pequeño y remoto pueblo de isleños, por lo aíslan del mundo exterior. No sé cómo hemos podido sobrevivir a ellas. Cada huevo que se rompía, una madre empezaba a gritar y llorar, pidiendo a su hijo, pingüino recién nacido, que no se fuera hacia el mar.

Nuestros niños no han oído a nuestros llamamientos y quizás incluso sin siquiera reconocernos como sus madres, de quienes desvíavan sus ojos. Tampoco han percibido la presencia de sus padrastros humanos allí junto a los restos de sus propios huevos. Ellos nadaron lejos, a los cientos, hacia la inmensidad del Océano Atlántico. Cientos de pingüinos baby , que no tenían ninguna aparencia humana, pero que nosotros, los kelpers, amabamos aún más tal vez que si lo tenían.

**Kelper es un apodo dado por los argentinos a los habitantes de las Islas Malvinas o Falklands. Ha sido debidamente asimilado por la población de origen británico. Deriva del nombre de un alga, the kelp, que es muy común en las aguas vecinas del Atlántico Sur.



El relato arriba es parte del e-romance que ha sido publicado por amazon.com en inglés e portugués, disponible para download al clicar abajo:



http://www.amazon.com/dp/B004FGMTRC/ref=rdr_kindle_ext_tmb

No comments:

Post a Comment

The author looks forward to reading your comments!

O autor aguarda seus valiosos comentários, leitor.