"Alguma coisa acontece no meu coração,Que só quando cruza a Ipiranga e a avenida São João" Caetano Veloso, in Sampa["Algo sucede en mi corazón// Sólo cuando cruza las avenidas Ipiranga y São João"]Traducción libre.
Para un buen momento en mi vida, yo no he tenido este miedo de ellos. Creo que durante décadas estuvieron tan distantes y poco conocidos, que me acuerdo vagamente solo de admirar su vuelo lejano en medio de cumbres andinos inalcanzables.
Cuando busco las causas para la transformación radical de mi sentimiento, nunca puedo encontrar nada. Muchas personas me han dado consejos para recordar las primeras imágenes que tuvo de ellos en la infancia, porque esas frecuentemente son ricas en temblores embrionarios. Por lo que serían estos, por ejemplo, al inicio de todos los miedos irracionales. No obstante, en mi caso no hay nada que sewfsse pueda conectar a la fuente de mi terror, salvo un hezeawzerfcho ridículo: un diálogo inocente en la pronunciación corcorrecswdssssswdzsfssasvta su nombre.
Paco, mi amigob perabofe2dsrw, que vivia en Sao Paulo, tan lejos de su país hacia ya mucho tiempo, me ewd3sdas3w del espléndido vuelo de los cóndores. Casi sin acento, un experto en nuestra prosodia Paulistana, sin embargo, ha pronunciado 'còndores', asì poniendo el acento tónico en la primera sílaba, como es la forma correcta en español, pero un error conocido en portugués.
Empedernido sabelotodo, lo he corregido de inmediato:
"Se pone énfasis en la segunda sílaba, Paco: condôres, cóndores nunca".
Paco me respondió: "¡Necio. Se hacen llamar los cóndores!".
"En su idioma, sí, Paco, soy consciente de ello. Sin embargo, en portugués, no! La pronunciación correcta es condôr, nunca côndor".
Hablando cortésmente, o pretendendo actuar asì, yo le dije, en ese momento, sólo estas pocas palabras y nada más. Pero aquél pequeño dialogo ha sido suficiente para que Paco reagira pronunciando su tan común, esßsin embargo, tan poderosa verdad. Esta misma obviedad que, de una vez y para siempre, provocó en mí la tormenta en torno al cual mis pensamientos incesantes no pueden alejarse.
Me ha mirado en los ojos, con su rostro de principe Inca y su cabezita negra, y, al mismo tiempo que mostraba un desprecio sutil y sarcástico, me ha tirado una perogrullada al decir aquello tan demasiado cierto, pero sarcástico e irónico. Sus palabras, sin embargo, fueron fatales para mi:
"En Portugal no existen cóndores."
Dejó claro, una vez más, lo inteligente que era, así como creativo y dueño de un fino sentido del humor. También se puso de manifiesto la fragilidad de mi
Inmediatamente me puse a reír a carcajadas. De esto surgió riendo mi terror. Esto que, minutos después, se asentó en mí con todo virulencia, para no dejarme nunca.
Paco no aparentó haberse dado cuenta. Quanto a me, sin decir una palabra más siquiera, he salido de su estudio, ya incapaz de mirar hacia arriba. Era como si se trataran de repente, cerca del centro de Sao Paulo, recién llegados desde sus cumbres andinas.
No tengo miedo que me ataquen como lo hacen los falcones con sus presas. Eso sería estúpido, porque siempre supe que, a pesar de su tamaño, los cóndores no captan animales vivos. Mucho menos un ser humano vivo. Me temo, sí, de volver mis ojos al cielo, y por eso ser obligado a confrontarlos cara a cara. Con miedo de enfrentarme con su negrura y su apariencia, aquí, en medio de este montón de hormigón apilados en que se ha convertido esta megalópolis enorme y deprimente donde yo vivo.
Detengo mis paseos por breves momentos, sólo para poder mejor imaginar su vuelo por encima de los rascacielos, mientras que construyen sus nidos dentro de los apartamentos abandonados. A soñar despierto, soy capaz de verlos, sin tener mi mirada fuera de la tierra, revoloteando alrededor de las decenas de torres de radiodifusión sobre la avenida Paulista.
Cuando, por alguna razón, las personas preguntan qué me hace parecer tán desanimado, incluso en lugares tán cerrados como el subterraneo, yo trato de hacer oídos sordos, desconversar. Si insisten en el tema, digo que estoy un poco triste, ya que se trata, por ejemplo, de una postura típica de personas tristes. Pero eso es obviamente una mentira. No hay tristeza en mí, porque mi terror no me nunca hace triste! Por el contrario, muchas veces me hace más alegre.
Me regocijo cuando aún aterrorizado, imagino este cóndor, que sin cesar me sigue por las calles, permanece asì tán ocupado solo de mi. Tal vez todos los condores han volado a través de nuestro continente hacia el este, sólo para asustar a mi, y a nadie más. Oh, sí, pensar de esta manera me hace contente, y creo que he encontrado un sin número de prosaicas y cotidianas pruebas de la realidad innegable de la verdad de estos devaneos.
Yo soy el único que queda sin cesar mirando al suelo, ya al momento en que desperto, porque siempre duermo sobre mi espalda derecha, y parezco buscar algo por el alfombrado de mi habitación cuando abro los ojos.
A partir de estas observaciones, deduzco que los condores no causan ansiedad, miedo o pánico a nadie más que a mí. Por supuesto, a pesar de esto, no puedo tener certeza, de manera definitiva, de que no exista otro residente en Sao Paulo en situación igual a me.
Sería posible mismo que hubiera un sin número de otras personas, multitudes o incluso tal vez millones de personas como yo. Pueden ser todos los 22 millones de habitantes del Gran São Paulo. No tengo ningún datos para refutar esa terrible posibilidad, que sea, de que ahora todos los habitantes de este extraño metrópoli vivan en esta misma condición, asumiendo todos esta misma una postura. Siendo imposible para mí volverme y mirar otros rostros humanos, no podré refutar de ninguna manera tán triste conjetura.
Mantengo en un rincón de mi mente, sin embargo, la convicción interior de que los cóndores han llegado a São Paulo sólo por mi causa. Migración en masa y definitiva. Me siento muy honrado y glorificado, y luego busco algun hecho pasado de mi vida que pudiera hacerme digno de esta elección de los cielos andinos.
En las noches cuando me puedo dormir, yo siempre sueño con que pierdo todo el miedo y miro su cara directamente. Sueño especialmente con este mismo condor que me sigue siempre por todas las calles, plazas y avenidas - el más hermoso y más fuerte entre ellos. Él me habla en español, única manera que hemos encontrado para hablarnos porque yo no sé una sola palabra de su quechua:
---“No deberias aterrorizarte por nuestra simples existencia y migración en masa de San Pablo. Ni amigo, por el hecho de solo caberme a mi seguirte constantemente”.
Yo respondo a él que su existencia, o el mero hecho de que me siga sin descanso no me asustan en absoluto, y añado que mi único miedo és de verme obligado a enfrentarme cara a cara con él.
Yo no puedo darle la espalda cuello: yo estaría sujeto a entrever su sombra. Nunca la miré. Nunca me encontré con su enorme silueta en el suelo gris de esta mostruosa ciudad.
Algunas cuestiones clave se repiten en mi mente, me persiguen. Los cóndores, que ya viven en Sao Paulo hace décadas, están acá sólo para asustarme. Sin embargo, nunca he podido ver siquiera un pequeño vestigio de la sombra que proyectan mientras están a volar tán cerca. Ni siquiera de aquella de mi cóndor, el más grande y más hermoso entre ellos, uno que jamás amanece fuera de mi ventana, y cuya función es seguirme incesantemente. Porque ni mi condor mismo no tiene permisón para dejarme ver, ni de forma rápida, su contorno que se proyecta en el suelo. Dejé de girar el cuello hacia los lados, tan pronto me he dado cuenta de las cantidades enormes de energía, hechos por mi cóndor, masivo como es su cuerpo, sólo para mantenerme lejos de su proyección en el asfalto. Como yo no busco por nada más, manteniendo siempre este impulso angular fijo único hacia abajo, sin mover en ningún momento mis ojos, se me hago seguro que mi condor ahorre el maximo de energía mientras vuela.
Voy a seguir viviendo en Sampa. No soy más capaz de salir de esta infernal megalópolis, mientras los cóndores permanecen en ella sólo por mí causa. Tampoco viajo o viajaré: traería graves problemas para mi condor, cuya familia vive en la parte superior de mi edificio, y come de la carroña que solo él captura durante sus vuelos sobre mi cuerpo.
Algunas personas, a quienes he susurrado en cartas mi terrible pavor, pero no mis certezas, me aconsejaron consultar a un médico. No, yo no creo que mi condor está enfermo, sea por el estrés físico o por la frustración crónica sobre las explicaciones siempre insuficientes que yo le doy, en los sueños, de mi miedo real.
No, mi condorito, yo no temo tus fantásticas presas a levantar mi cuerpo fuera de las garras de tierra, tán fácil que soy de agarrarse y ir de aquí, tan delgada es mi ser.
No temo ni un poquito que con tus poderosas alas me cargues para siempre de aquí, llevandome hacia tus altas cumbres andinas, flotando por el cielo azul de nuestra América. Todavía con menos miedo si pusieras a mi en tu nido, y me dieras para comer de eso que cacerías diariamente, teniendo cuidado de mí como fuera yo un condorito, tu hijo, depositario entonces de tus planos para que yo fuese idéntico a ti algún día, un otro navegante de los cielos de la cordillera donde viviríamos juntos.
No, no son esas en absoluto los motivos de mi pavor!
Porque lo que me causaría, sí, horror mortal, es la mera visión de su vuelo tangible, concreto, crudo y exuberante sobre mí. Estaría muerto por sus penetrantes ojos, lanzando en mi cara pálida unas pocas verdades, ya que no soy capaz de volar, y yo estoy irremediablemente atado a este enorme laberinto de piedra. Laberinto hecho de pilotes amorfos de hormigón, mezclados de forma caótica con vidrio, plástico, asfalto, sólo para hacer muy firme esta construcción vacía en la cual se ha encerrado mi existencia. Y erigido sin orden, sin ninguna planificación en esta meseta baja para ti, demasiado fácil para tu nariz potente y tu vista exacta, en una tierra a que tu puedes llegar en pocos días de vuelo.
"Porque és o avesso// do avesso// do avesso// do avesso"
Caetano Veloso, in Sampa
[Porque eres el reverso// del reverso// del reverso// del reverso"] Tradución libre
EL CONDOR PASA es parte de la novela "O Sobrevoo da Coruja de Minerva" (El Sobrevuelo del Búho de Minerva), publicada por amazon.com a finales de 2013, la cual se puede acceder mediante el enlace:
http://www.amazon.com.br/CORUJA-MINERVA-Marcos-Wagner-Cunha-ebook/dp/B00F17WEII/
Novela disponible también en inglés cómo "Minerva's Owl Overflying", que se puede acceder mediante:
http://www.amazon.com/dp/B004FGMTRC
Cuando busco las causas para la transformación radical de mi sentimiento, nunca puedo encontrar nada. Muchas personas me han dado consejos para recordar las primeras imágenes que tuvo de ellos en la infancia, porque esas frecuentemente son ricas en temblores embrionarios. Por lo que serían estos, por ejemplo, al inicio de todos los miedos irracionales. No obstante, en mi caso no hay nada que sewfsse pueda conectar a la fuente de mi terror, salvo un hezeawzerfcho ridículo: un diálogo inocente en la pronunciación corcorrecswdssssswdzsfssasvta su nombre.
Paco, mi amigob perabofe2dsrw, que vivia en Sao Paulo, tan lejos de su país hacia ya mucho tiempo, me ewd3sdas3w del espléndido vuelo de los cóndores. Casi sin acento, un experto en nuestra prosodia Paulistana, sin embargo, ha pronunciado 'còndores', asì poniendo el acento tónico en la primera sílaba, como es la forma correcta en español, pero un error conocido en portugués.
Empedernido sabelotodo, lo he corregido de inmediato:
"Se pone énfasis en la segunda sílaba, Paco: condôres, cóndores nunca".
Paco me respondió: "¡Necio. Se hacen llamar los cóndores!".
"En su idioma, sí, Paco, soy consciente de ello. Sin embargo, en portugués, no! La pronunciación correcta es condôr, nunca côndor".
Hablando cortésmente, o pretendendo actuar asì, yo le dije, en ese momento, sólo estas pocas palabras y nada más. Pero aquél pequeño dialogo ha sido suficiente para que Paco reagira pronunciando su tan común, esßsin embargo, tan poderosa verdad. Esta misma obviedad que, de una vez y para siempre, provocó en mí la tormenta en torno al cual mis pensamientos incesantes no pueden alejarse.
Me ha mirado en los ojos, con su rostro de principe Inca y su cabezita negra, y, al mismo tiempo que mostraba un desprecio sutil y sarcástico, me ha tirado una perogrullada al decir aquello tan demasiado cierto, pero sarcástico e irónico. Sus palabras, sin embargo, fueron fatales para mi:
"En Portugal no existen cóndores."
Dejó claro, una vez más, lo inteligente que era, así como creativo y dueño de un fino sentido del humor. También se puso de manifiesto la fragilidad de mi
Inmediatamente me puse a reír a carcajadas. De esto surgió riendo mi terror. Esto que, minutos después, se asentó en mí con todo virulencia, para no dejarme nunca.
Paco no aparentó haberse dado cuenta. Quanto a me, sin decir una palabra más siquiera, he salido de su estudio, ya incapaz de mirar hacia arriba. Era como si se trataran de repente, cerca del centro de Sao Paulo, recién llegados desde sus cumbres andinas.
No tengo miedo que me ataquen como lo hacen los falcones con sus presas. Eso sería estúpido, porque siempre supe que, a pesar de su tamaño, los cóndores no captan animales vivos. Mucho menos un ser humano vivo. Me temo, sí, de volver mis ojos al cielo, y por eso ser obligado a confrontarlos cara a cara. Con miedo de enfrentarme con su negrura y su apariencia, aquí, en medio de este montón de hormigón apilados en que se ha convertido esta megalópolis enorme y deprimente donde yo vivo.
Detengo mis paseos por breves momentos, sólo para poder mejor imaginar su vuelo por encima de los rascacielos, mientras que construyen sus nidos dentro de los apartamentos abandonados. A soñar despierto, soy capaz de verlos, sin tener mi mirada fuera de la tierra, revoloteando alrededor de las decenas de torres de radiodifusión sobre la avenida Paulista.
Cuando, por alguna razón, las personas preguntan qué me hace parecer tán desanimado, incluso en lugares tán cerrados como el subterraneo, yo trato de hacer oídos sordos, desconversar. Si insisten en el tema, digo que estoy un poco triste, ya que se trata, por ejemplo, de una postura típica de personas tristes. Pero eso es obviamente una mentira. No hay tristeza en mí, porque mi terror no me nunca hace triste! Por el contrario, muchas veces me hace más alegre.
Me regocijo cuando aún aterrorizado, imagino este cóndor, que sin cesar me sigue por las calles, permanece asì tán ocupado solo de mi. Tal vez todos los condores han volado a través de nuestro continente hacia el este, sólo para asustar a mi, y a nadie más. Oh, sí, pensar de esta manera me hace contente, y creo que he encontrado un sin número de prosaicas y cotidianas pruebas de la realidad innegable de la verdad de estos devaneos.
Yo soy el único que queda sin cesar mirando al suelo, ya al momento en que desperto, porque siempre duermo sobre mi espalda derecha, y parezco buscar algo por el alfombrado de mi habitación cuando abro los ojos.
A partir de estas observaciones, deduzco que los condores no causan ansiedad, miedo o pánico a nadie más que a mí. Por supuesto, a pesar de esto, no puedo tener certeza, de manera definitiva, de que no exista otro residente en Sao Paulo en situación igual a me.
Sería posible mismo que hubiera un sin número de otras personas, multitudes o incluso tal vez millones de personas como yo. Pueden ser todos los 22 millones de habitantes del Gran São Paulo. No tengo ningún datos para refutar esa terrible posibilidad, que sea, de que ahora todos los habitantes de este extraño metrópoli vivan en esta misma condición, asumiendo todos esta misma una postura. Siendo imposible para mí volverme y mirar otros rostros humanos, no podré refutar de ninguna manera tán triste conjetura.
Mantengo en un rincón de mi mente, sin embargo, la convicción interior de que los cóndores han llegado a São Paulo sólo por mi causa. Migración en masa y definitiva. Me siento muy honrado y glorificado, y luego busco algun hecho pasado de mi vida que pudiera hacerme digno de esta elección de los cielos andinos.
En las noches cuando me puedo dormir, yo siempre sueño con que pierdo todo el miedo y miro su cara directamente. Sueño especialmente con este mismo condor que me sigue siempre por todas las calles, plazas y avenidas - el más hermoso y más fuerte entre ellos. Él me habla en español, única manera que hemos encontrado para hablarnos porque yo no sé una sola palabra de su quechua:
---“No deberias aterrorizarte por nuestra simples existencia y migración en masa de San Pablo. Ni amigo, por el hecho de solo caberme a mi seguirte constantemente”.
Yo respondo a él que su existencia, o el mero hecho de que me siga sin descanso no me asustan en absoluto, y añado que mi único miedo és de verme obligado a enfrentarme cara a cara con él.
En realidad, sin embargo, tengo miedo, sí, de verlo lejos de mi, o de escuchar el fuerte ruido de sus alas portentosas, aunque sea muchos metros por encima de mí. Sin embargo, puesto que estas calles y avenidas son muy ruidosas, nunca escuché ningún ruido que pudiera atribuirse a mi cóndor. Y para mantenerme seguro contra un repentino inesperado silencio, incluso tán improbable, de las máquinas todas de esta megalopolis, he comprado un par de auriculares para protegerme, incluso más de las razones de mi pánico personal. Así equipado, empecé a vagar por las calles con los lunares negros en mis oídos.
Ya que no tenía conmigo ningún dispositivo para reproducir sonidos, algunas personas se quedaron perplejas al ver mi postura cabizbaja, con grandes auriculares. Tuve que decirles que era una receta para evitar el estrés de los ruidos urbanos, pero pocos dieron crédito a esta alegación. Así que, finalmente compré un smartphone con radio FM que nunca oigo. Mi aparición, sin embargo, se convirtió en menos excéntrica, y finalmente he podido tener alguna esperanza de que aun mirando al suelo, no habría nada que diferenciara a me de lo que se considera un habitante normal de Sampa en estos días del siglo XXI.
Durante todos estos años de cabeza hacia abajo, he podido observar, en los breves momentos que desplazo el centro de mi atención de su figura negra y calva, que existe dentro de esta megalópolis un microcosmos de heces, cucarachas, ratas y basura de todo tipo. Pero pronto me refugio detrás de mi miedo intenso, haciéndome incapaz de ver nada relevante sobre el suelo de esta fea ciudad, en cuyo terreno las buena semillas ya no brotan más desde hace muchisimo tiempo.Ya que no tenía conmigo ningún dispositivo para reproducir sonidos, algunas personas se quedaron perplejas al ver mi postura cabizbaja, con grandes auriculares. Tuve que decirles que era una receta para evitar el estrés de los ruidos urbanos, pero pocos dieron crédito a esta alegación. Así que, finalmente compré un smartphone con radio FM que nunca oigo. Mi aparición, sin embargo, se convirtió en menos excéntrica, y finalmente he podido tener alguna esperanza de que aun mirando al suelo, no habría nada que diferenciara a me de lo que se considera un habitante normal de Sampa en estos días del siglo XXI.
Yo no puedo darle la espalda cuello: yo estaría sujeto a entrever su sombra. Nunca la miré. Nunca me encontré con su enorme silueta en el suelo gris de esta mostruosa ciudad.
Algunas cuestiones clave se repiten en mi mente, me persiguen. Los cóndores, que ya viven en Sao Paulo hace décadas, están acá sólo para asustarme. Sin embargo, nunca he podido ver siquiera un pequeño vestigio de la sombra que proyectan mientras están a volar tán cerca. Ni siquiera de aquella de mi cóndor, el más grande y más hermoso entre ellos, uno que jamás amanece fuera de mi ventana, y cuya función es seguirme incesantemente. Porque ni mi condor mismo no tiene permisón para dejarme ver, ni de forma rápida, su contorno que se proyecta en el suelo. Dejé de girar el cuello hacia los lados, tan pronto me he dado cuenta de las cantidades enormes de energía, hechos por mi cóndor, masivo como es su cuerpo, sólo para mantenerme lejos de su proyección en el asfalto. Como yo no busco por nada más, manteniendo siempre este impulso angular fijo único hacia abajo, sin mover en ningún momento mis ojos, se me hago seguro que mi condor ahorre el maximo de energía mientras vuela.
Voy a seguir viviendo en Sampa. No soy más capaz de salir de esta infernal megalópolis, mientras los cóndores permanecen en ella sólo por mí causa. Tampoco viajo o viajaré: traería graves problemas para mi condor, cuya familia vive en la parte superior de mi edificio, y come de la carroña que solo él captura durante sus vuelos sobre mi cuerpo.
Algunas personas, a quienes he susurrado en cartas mi terrible pavor, pero no mis certezas, me aconsejaron consultar a un médico. No, yo no creo que mi condor está enfermo, sea por el estrés físico o por la frustración crónica sobre las explicaciones siempre insuficientes que yo le doy, en los sueños, de mi miedo real.
No, mi condorito, yo no temo tus fantásticas presas a levantar mi cuerpo fuera de las garras de tierra, tán fácil que soy de agarrarse y ir de aquí, tan delgada es mi ser.
No temo ni un poquito que con tus poderosas alas me cargues para siempre de aquí, llevandome hacia tus altas cumbres andinas, flotando por el cielo azul de nuestra América. Todavía con menos miedo si pusieras a mi en tu nido, y me dieras para comer de eso que cacerías diariamente, teniendo cuidado de mí como fuera yo un condorito, tu hijo, depositario entonces de tus planos para que yo fuese idéntico a ti algún día, un otro navegante de los cielos de la cordillera donde viviríamos juntos.
No, no son esas en absoluto los motivos de mi pavor!
Porque lo que me causaría, sí, horror mortal, es la mera visión de su vuelo tangible, concreto, crudo y exuberante sobre mí. Estaría muerto por sus penetrantes ojos, lanzando en mi cara pálida unas pocas verdades, ya que no soy capaz de volar, y yo estoy irremediablemente atado a este enorme laberinto de piedra. Laberinto hecho de pilotes amorfos de hormigón, mezclados de forma caótica con vidrio, plástico, asfalto, sólo para hacer muy firme esta construcción vacía en la cual se ha encerrado mi existencia. Y erigido sin orden, sin ninguna planificación en esta meseta baja para ti, demasiado fácil para tu nariz potente y tu vista exacta, en una tierra a que tu puedes llegar en pocos días de vuelo.
"Porque és o avesso// do avesso// do avesso// do avesso"
Caetano Veloso, in Sampa
[Porque eres el reverso// del reverso// del reverso// del reverso"] Tradución libre
EL CONDOR PASA es parte de la novela "O Sobrevoo da Coruja de Minerva" (El Sobrevuelo del Búho de Minerva), publicada por amazon.com a finales de 2013, la cual se puede acceder mediante el enlace:
http://www.amazon.com.br/CORUJA-MINERVA-Marcos-Wagner-Cunha-ebook/dp/B00F17WEII/
Novela disponible también en inglés cómo "Minerva's Owl Overflying", que se puede acceder mediante:
http://www.amazon.com/dp/B004FGMTRC
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